miércoles, febrero 23, 2005

XIV. Viernes a la noche

XIV. Viernes a la noche

Viernes a la noche.
- ¿Sabías que los caracoles pueden dormir hasta cinco años seguidos?
- Qué conveniente...
Parecía que todos lo sabían: de la casa de Marcel, del segundo piso, salía un humor extraño y una música endemoniada.
- ¿Qué te parece?
- Un habano.
Fumamos sin parar. Contemplamos un cielo decadente, cubierto de ramas de árboles teñidas por la luz amarilla de los postes de luz por la noche. Continuamos fumando.
Diciembre del 2000.
- Falta una semana para que termine clases, huevón. Nunca más volveré a esa mierda.
- Gustavo, deberías estar emocionado.
Contemplé a Marcel en la oscuridad. Eché un vistazo por la ventana abierta. El guachimán de la esquina nos miraba desde su caseta, inmóvil. Serían casi las doce de la medianoche. Bebí un trago más de cerveza en lata que habíamos comprado en el supermercado. Seguía sonando El salmón por el viejo aparato de la sala.
- No estoy emocionado, huevón, me revienta mucho tener que soportar a todos los hijos de puta de mi promoción...
Marcel lanza una carcajada. Ambos estamos adormecidos y atontados por toda la yerba y el alcohol. De repente miré fijamente a Marcel e imaginé que lo abrazaba.
- Eh -balbuceó Marcel- ¿dónde está Marc?
Vi que se metía a su propia habitación. A escondidas me encogí hasta abrir una papelina llena de una droga llamada ketamina que había conseguido hacía poco con un sujeto llamado Juan Carlos, “el yonqui”, a quien Walter había conocido en un micro mientras leía “El almuerzo desnudo” sin interesarse por nada más en el mundo.
- Oye, qué haces.
Vi que Marcel se acercaba rápido. Inhalé un poco en el borde de la ventana. El guachimán de la esquina nos seguía mirando, atento. Algunas de las ramas que colgaban por encima de la ventana del segundo piso de Marcel se estremecieron con el viento. Intenté besar a Marcel que se hizo un lado diciendo algo como “qué demonios” y en seguida se enderezó.
Miré una vez más al guachimán de la esquina, estaba de pié junto a su caseta. Seguía mirando la escena. Inhalé una vez más esa cosa. Marcel hizo lo mismo. Ahora los dos estábamos más idiotizados que antes. La sensación que te deja la ketamina es nula. Marcel dice como en susurros que en una canción de Andrés Calamaro: “Comida China”, de su disco Alta suciedad (1997) menciona esta droga. Por alguna razón yo no le creo nada, y no hago otra cosa que no sea escuchar un tema pesado del disco cinco que sólo habla de “sexo, droga y rock´n roll”. Me parece que suena bien y empiezo a seguir el ritmo de la canción con la cabeza.
- ¿Qué es de Marc? -le pregunto.
Marcel se encoge de hombros. Toma la papelina y se mete más de esa cosa por la nariz.
- Duerme, no sé qué le pasa a ese huevón...
Había amenazado a una cajera y luego le había dicho puta a una chica bonita que caminaba por el parque César Vallejo con una minifalda. Todos nos reímos, e incluso yo también le dije puta a esa chica, pero todos sabíamos que el comportamiento de Marc era corrosivo.
Bebimos más cerveza. Me senté cerca de Marcel, y lo intenté abrazar. Marcel se hizo a un lado. Me reí y prendí lo que quedaba de aquel wiro enorme. Noté un fuerte vacío en mi estómago. Noté ganas de llorar. Me enderecé. Bebí más.

Sábado a la madrugada.
Salimos y tambaleamos, caminamos de a pocos hacia ninguna parte. En mi casa mis padres me esperan pero no me importa nada. Son como la una de la madrugada del sábado (viernes a la noche) y es muy temprano para mis amigos y para mí. Estacionamos nuestras aletargadas cabezas debajo de las copas de los árboles que empalidecen a la lucha. Un avión que pasa a lo alto despeja nuestros cerebros por un microsegundo. Otra vez pasa de largo y ahora nosotros sostenemos las últimas latas de cerveza amarga que nos quedan. Cuando salimos de la casa de Marcel el guachimán nos miró atentamente.
Marc le propina unas cuantas palmadas a Marcel en su espalda y sugiere un inmediato cambio a nuestro estilo de vida. Lanzo un bramido de desaprobación.
Marcel se lo toma con más calma y le dice a Marc:
- De qué tipo de cambio hablas...
Marc, ahora tranquilo y relajado por la marihuana, dice:
- Ya sabes... dejar la Universidad, conseguir un trabajo, comprar un auto y tener muchas chicas...
Marcel parece reírse y yo prendo el pedazo que wiro que tenía escondido. Marcel parece muy interesado en fumar algo de lo que tengo entre mis dedos...
- Gustavo, deberías estar feliz... todavía estas en el colegio, todavía te falta mucho por vivir... -Marc miraba el cielo, apenas se percató de que yo fumaba gritó algo como- ¡ya deja de fumar esa mierda!
- Tu problema, Marc -le dije, después de fumar- es que estás loco. Eres un demente. ¿Cuánto te darás cuenta que no eres feliz, y que no serás feliz ni con un trabajo ni con un auto ni con muchas chicas...
Marcel callaba. Fumó hasta lo último que quedó de esa cosa. Un poste de luz proyectaba un fuerte espectro amarillo a toda la escena. En el centro del parque había un monumento de concreto y una especie de busto.
Nos mantuvimos callados ante la ambigüedad de nuestra situación.
Alguien preguntó por Walter. Rebuzné que no sabía nada de él. Dije que era probable que estuviera con Lucciana y tanto Marc como Marcel lanzaron maldiciones a la nada. Yo estaba demasiado dopado.
Busqué en mi bolsillo algo. Me encontraba sentado en la vereda del parque, que era como una especie de camino que no nos llevaba a ninguna parte (que no fuera nuestra propia y malcriada existencia) y creo que estaba a los pies de Marcel y hacía algo con sus zapatos. Marc continuaba bebiendo cerveza. Por momentos lanzaba indescifrables miradas a la fachada de su casa.
Saqué un tajador de mi bolsillo, metí lo que quedaba que aquel pedazo de wiro y empecé a fumar.
- ¿Qué carajo haces? -preguntó alguien.
- Fumo marihuana de mi propio tajador -argumenté.
Me eché pálido sobre la vereda del parque. Me imaginé como un bulto en la oscuridad, cubierto por la luz amarilla de la noche. Mi cabeza fue a dar al pasto. De pronto Dedo y El Men y otro tipo sujeto más estaban con nosotros, conversando. Todos me miraban tendido en medio del parque y fumaban conmigo de mi propio tajador (el mismo que llevaba al colegio y me metía a la boca en clase).
- ¿Qué es esto? -preguntó alguien animado.
- Es el tajador de Gustavo, fuma...
Finalmente Marc dijo que era demasiado para él. No le gustaba ni esa cosa verde que fumábamos ni nada. Dejó lo que le quedaba de cerveza y caminó hasta su casa, angustiado.
- ¿Qué? ¿Es un nuevo tipo de pipa?
- Es un tajador.
- No seas pastel...